La esposa de Sergio, Clara, murió inesperadamente y nunca dejó un testamento. Cuando el viudo empezó a organizar su herencia, su abogado descubrió que llevaban más de 20 años divorciados por la razón más extraña. Entonces apareció el heredero de Clara.
Clara y Sergio se casaron a finales de los 80 y decidieron criar a sus hijos en Barcelona. Pero solo tuvieron una hija, Jazmín. Por desgracia, en el año 2000, ella se mezcló con la gente equivocada.
Cuando Jazmín cumplió 18 años abandonó la casa y no tuvo más contacto con sus padres. Su novio, Pedro, fue una horrible influencia para ella y le llenó la cabeza con mentiras sobre ellos.
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Hacía más de diez años que no veían a Jazmín, pero aún mantenían la esperanza de que volviera algún día. Pero Clara tuvo un inesperado ataque al corazón y los médicos no pudieron hacer nada. Murió y Sergio tenía el corazón destrozado.
Ni siquiera sabía si Jazmín se enteraría de la muerte de su madre. Pero tenía que poner en orden los asuntos de Clara. Ella no había dejado un testamento ni nada porque todavía eran muy jóvenes. No esperaba perderla tan pronto.
Después del funeral, Sergio se reunió con su abogado, Daniel Contreras. “Sr. Rodríguez, mis condolencias. Odio reunirme en estas circunstancias, pero es importante arreglar todo”, dijo Contreras.
“Sí, Sr. Contreras. También quiero preparar mis asuntos, por si acaso. Nunca se sabe lo que puede pasar”, respondió Sergio.
“Así es. Pero hay algo que tengo que decirle. Mi secretaria organizó todos los documentos pertinentes relativos a la señora Rodríguez después de su llamada, y hay un pequeño problema”, comenzó el señor Contreras.
“¿Qué pasa?”, se preguntó Sergio, confundido.
“Bueno… según la documentación, usted y la señora Rodríguez se divorciaron a principios de la década de 2000”, explicó el abogado.
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“¿Qué? Eso es imposible. No pasamos ni una noche separados desde que nos casamos. Debe haber un error”, señaló Sergio.
“Estamos intentando averiguar qué ha pasado. Pero esa es la situación que tenemos ahora. Como están divorciados, su familiar más cercano heredará su patrimonio”, explicó el señor Contreras.
“Esa sería Jazmín, supongo. Pero no entiendo cómo es posible. ¿Pudo divorciarse sin mi consentimiento? Y si lo hizo, ¿por qué siguió viviendo conmigo?”, preguntó Sergio.
“A menos que ella llevara un diario, no tengo forma de responder a sus preguntas. Pero no sería posible divorciarse sin su firma. Sin embargo, no se preocupe. Estamos investigando a fondo este asunto. De momento, tengo que ponerme en contacto con su hija”, explicó el abogado.
“Estamos distanciados. Hace muchos años que no la veo ni sé nada de ella. Supongo que Jazmín recibiría los ahorros de Clara, ¿no?”, reflexionó Sergio.
“También se queda con su casa, señor Rodríguez. Está a nombre de su esposa. Tal vez pueda llegar a un acuerdo con ella. Eso es todo por ahora. Me pondré en contacto con usted si hay alguna novedad”, terminó el señor Contreras. Sergio salió de la reunión boquiabierta.
No podía creer que Clara se hubiera divorciado de él. Tiene que ser un error, pensó al salir del despacho de su abogado. Unos días después, Sergio oyó varios golpes fuertes en su puerta. Era su hija.
“¡Jazmín! ¡Querida! Me alegro tanto de verte!”, expresó Sergio y empezó a llorar. Pero la cara de Jazmín no mostraba emoción.
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“El abogado dijo que el dinero de mamá es mío, y también esta casa, ¿verdad?”, dijo Jazmín al entrar en el salón.
“Uf… supongo, pero hay un error, así que están revisando las cosas”, murmuró. Pero su hija se paseó por la zona, mirando a su alrededor.
“Bueno, como sea. Voy a necesitar que te vayas lo antes posible cuando esto se aclare. Lo siento, pero yo quiero vivir aquí ahora”, dijo ella.
“Jazmín, esta es mi casa. No tengo otro sitio al que ir. ¿No podemos hablar de esto?”, suplicó Sergio.
“Lo siento, no. No quiero hacer eso. Te corté por una razón. No apoyaste mi relación y no quiero tener nada que ver contigo”, continuó.
“¿Sigues con ese vagabundo?”, preguntó Sergio enfadado.
“No, pero mi punto de vista sigue en pie. Las cosas habrían sido mucho más fáciles si lo hubieras aceptado. Pero no…”, se burló Jazmín.
“¡Jazmín, tu madre acaba de morir! ¿Y eso no te importa?”, gruñó Sergio. Ella lo miró con una expresión inexpresiva, como si realmente no importara, y se encogió de hombros.
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“Bueno, la herencia no se ha resuelto, así que sal de mi casa ahora mismo. Estoy muy decepcionada contigo. Eres una mujer adulta y ni siquiera puedes mostrar un poco de compasión”, acusó Sergio.
Jazmín se burló. “Bien, me iré. Pero esta casa es mía, y cuando todo se arregle, ¡te irás de aquí para siempre!”, gritó y se fue.
Sergio se sentó y se frotó la frente. ¿En qué nos hemos equivocado, Clara?, se preguntó al cielo.
El señor Contreras llamó dos semanas después. “Sr. Rodríguez, hemos descubierto lo que pasó. En 2001, una mujer con el nombre exacto de su esposa, Clara Rodríguez, solicitó el divorcio. Pero su marido la maltrataba y no quiso firmarla”, reveló el abogado.
“Oh, vaya”, susurró Sergio por teléfono.
“Sí. Así que su abogado consiguió que los tribunales concedieran el divorcio sin su firma. Al parecer, hubo una gran confusión en la oficina y se divorciaron por accidente. ¡Esto es una locura! No he visto este tipo de situación en toda mi carrera!”, exclamó el abogado.
“¿Pero se puede revertir?”, preguntó Sergio, aliviado de que su mujer no se hubiera divorciado en secreto.
“Sí, tenemos que mostrar todo a un juez y ellos aclararán las cosas. Pero me siento mal por esa mujer que sigue casada con ese hombre”, afirmó Contreras.
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Poco después acudieron al juzgado y Sergio recibió la herencia de Clara como su marido. Jazmín asistió a la audiencia y estaba furiosa con la decisión del juez. Tomó sus maletas y salió de la sala.
Pero Sergio corrió tras ella. “¡Jazmín, espera! Por favor. Espera”, le gritó hasta que se detuvo en el pasillo.
“¿Qué quieres? Tú lo consigues todo y yo nada, como querías”, le espetó Jazmín.
“Eso no es lo que quería. Estaba dispuesto a darte la casa. Ya lo he arreglado todo para que lo heredes todo cuando yo no esté. Pero lo que quiero es recuperar a mi hija. Por favor, dame una oportunidad para reconstruir nuestra relación”, le rogó Sergio.
Justo en ese momento, Jazmín finalmente mostró emoción y sus ojos se aguaron. “Yo… no sé si puedo hacerlo. Ha pasado tanto tiempo”, comenzó.
“Por favor, visitemos juntos la tumba de tu madre. Olvidemos y perdonémonos por todo. Somos toda la familia que nos queda en el mundo. No quiero volver a perderte, cariño”, gritó Sergio.
Jazmín se derrumbó y corrió a los brazos de Sergio. Se abrazaron con fuerza durante muchos minutos. Después, se fueron juntos a casa. Jazmín le explicó lo horrible que había sido su vida desde que se fue hace años.
“Debería haberte escuchado. Pero fui tan estúpida. Es como si mi ex me hubiera llenado la cabeza con tantas mentiras. Pero luego, cuando me deshice de él, no me atreví a enfrentarme a ti… a pedirte perdón. Tenía tanto miedo”, explicó Jazmín entre lágrimas.
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“Lo siento mucho. Deberíamos haber escuchado mejor. Tal vez podríamos haber hecho más por ti. Pero ahora, tenemos que mirar hacia adelante. Estás aquí, y estamos empezando de nuevo. Te perdono. ¿Me perdonas por no haber luchado más?”, recalcó Sergio.
“Yo también te perdono, papá. Vamos a empezar de nuevo”, le dijo Jazmín.
Clara, hemos recuperado a nuestro bebé, pensó mientras volvía a abrazar a su hija.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- Perdonar a los demás por los errores del pasado: Nunca se sabe lo que puede pasar y lo corta que puede ser la vida.
- Poner en orden tus asuntos: Clara murió inesperadamente sin testamento, y eso creó un gran problema para sus familiares vivos. Es mejor tener todo preparado incluso cuando se es joven.
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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien.
I Gifted My Late Wife’s Apron to My Daughter-in-Law – Imagine My Shock When I Found It in the Dumpster
As Thanksgiving approaches, William mourns his wife, Ellen, and wonders how he’s going to spend their favorite holiday without her. But his daughter-in-law, Amelia, loves to cook and has taken to cooking for dinner. Moved by his feelings and nostalgia, William gifts her Ellen’s most loved and worn apron. But when he finds the apron in the garbage, he realizes that his hurt goes all the way back to his grief, fueling a reaction.
It was the morning before Thanksgiving, and I was feeling the full weight of Ellen not being around anymore. This was the first Thanksgiving without my wife, who had passed away almost a year ago.
A rose on a tombstone | Source: Freepik
I sat on the armchair in my bedroom and left my newspaper to the side. If Ellen were still around, she would have had an entire shopping list ready for me to get.
“It’s just the last-minute things, William,” she would say, absentmindedly doodling on the grocery list while she pondered what else we would need.
A woman writing | Source: Unsplash
“Sure, honey,” I’d always tell her, ready to go to the store and get her everything she needed.
But this year was the first time in 30 years that I wouldn’t have Ellen around for the holidays.
Instead, my son’s wife, Amelia, promised us that she would take over the Thanksgiving dinner.
A smiling young woman | Source: Freepik
“Don’t worry, Dad,” my son, Harry, told me. “Amelia cooks just like Mom, and Mom taught her a few things, too.”
I wasn’t worried about anything. If I had to be honest, I was grateful that the kitchen would be used in all its glory once again. Since Ellen passed away, Harry and Amelia had moved in with me.
A fancy kitchen | Source: Unsplash
“It won’t be for long, Dad,” Harry said. “But I don’t want you to be alone. And this way, Amelia and I can save up for a house in the meantime. We all need to heal together.”
When they moved in, I tried to put a lot of Ellen’s things away. I wanted them to feel at home, too.
Packing boxes | Source: Unsplash
I couldn’t argue with Harry because the thought of being alone in the house that Ellen and I had built was too much. I knew that I wouldn’t be able to cope without her.
I needed the support from my son.
A smiling old man | Source: Unsplash
The longer I sat in my room, wrapped in the thoughts of my wife, the more sentimental I got. Eventually, I decided to pass on something priceless to Amelia.
Opening Ellen’s closet, I pulled out her faded floral apron. It had been around for as long as I could remember, and every holiday had at least one photograph of Ellen in it.
A floral apron | Source: Pexels
There were a few food stains that just couldn’t be removed, but I thought that it added charm to the apron.
I thought that maybe if I passed the apron to Amelia, who shared Ellen’s passion for cooking, she would honor Ellen’s memory and Thanksgiving traditions.
An elderly woman cooking | Source: Pexels
The following morning, I was sitting in the kitchen eating a bowl of cereal when Amelia came in, tying her hair and pulling up her sleeves.
“Hi, William,” she said. “Ready for Thanksgiving?”
A man pouring milk into a bowl | Source: Pexels
“Of course, I am,” I said, smiling at her. “I’ll do whatever you need me to do in the kitchen today.”
“Thank you,” she said. “Harry isn’t going to help at all. He’s probably going to watch the parade or look for sports on TV.”
“There’s something I want you to have,” I told her.
A person watching sport on TV | Source: Pexels
I put the folded apron onto the counter and slid it across to her.
“Ellen would have wanted you to have this, Amelia,” I said. “This was her favorite apron, and she wore it for every holiday that involved the kitchen.”
Amelia smiled at me. It was a polite smile; maybe it was a bit strained, but I dismissed it as my own sentimentality clouding my judgment.
A woman with a forced smile | Source: Pexels
She put the apron on, her face changing slightly when she saw how well-worn it was and the old food stains.
“Great, thank you,” she said. “Let’s cook!”
We spent the next few hours cooking together. Amelia did things differently than Ellen. From her cooking style to the actual ingredients used.
A woman cooking | Source: Pexels
I obeyed all her instructions and watched everything she did. It was different from what I was used to. But I still loved that Amelia was stepping up and taking control of the family holidays.
“Do you think we should do a table setting like what Ellen would have done?” she asked me.
A table setting and decor | Source: Unsplash
“Of course,” I said. “It’s just part of the tradition!”
“Then maybe we should get Harry onto that,” she suggested.
The rest of the day flew by in the kitchen with cooking preparations. Every single time I thought of Ellen, I distracted myself with another task.
A man chopping mushrooms | Source: Pexels
I watched as Amelia bustled around the kitchen in what seemed like genuine delight. As our closest family and friends began showing up for dinner, I went upstairs to freshen up for the occasion.
Everything was perfect, including Harry’s table setting. I missed Ellen throughout the evening, especially when the pies came out. My wife had a tradition of eating two slices of pie, one pecan and one pumpkin.
A pumpkin pie | Source: Pexels
“It’s the one time of year that I eat them,” she would say, spraying whipped cream all over the slices of pie on her plate.
Now, as Harry cut into the pumpkin pie, he caught my eye and smiled, handing me the first piece.
“For Mom,” he said.
Cream on a slice of pie | Source: Pexels
Everything seemed perfect. I went to bed that evening feeling as though my wife had been present. She was there, in the quiet moments after the dinner party, when I loaded the dishwasher and made myself a cup of tea.
But then, with the next morning came a different set of heartbreak.
A person stocking the dishwasher | Source: Unsplash
I was out, taking my usual walk around the block. While taking a shortcut back home through the alley behind our house, I saw something that stopped me in my tracks. A glimpse of floral fabric, peering out from the top of our dumpster.
A man talking a walk | Source: Pexels
It was Ellen’s apron, discarded and partially covered in the newspaper that I had been reading and other refuse.
My heart sank, bringing a different sense of grief to me.
The apron that held so many cherished memories of Ellen was thrown away like common trash.
Outdoor trashcans | Source: Pexels
I retrieved the apron, the dew having made it damp in the crisp morning.
“How could Amelia do this?” I asked myself.
It felt like a betrayal, not just of Ellen’s memory, but of the love and trust that I had placed in her.
An old man holding his chin | Source: Unsplash
I could have let it go. I would have chalked it up to Amelia not wanting to wear something old, or even not wanting to wear something that once belonged to her mother-in-law. But it was the cold way in which she had discarded it.
Determined to teach her a lesson about respect and the value of memories, I thought that I’d sit down to tea with her and talk about cooking. It was the one thing that we constantly bonded over.
A cup of tea | Source: Pexels
Amelia agreed, unaware that I knew about the apron. She followed me up the stairs, and I led her to the attic.
“Come on,” I said. “There’s something I want to show you.”
“Oh, William,” she said when she looked around the attic and saw the neatly preserved boxes.
An attic with stacked boxes and clothing | Source: Midjourney
“I’ve never been in here,” she said. “I didn’t know that we had an attic in this house.”
I stepped aside, allowing her to get into the room properly.
“Since you didn’t find value in the apron, maybe you’ll find something here that you won’t just throw away,” I said, my voice colder than I intended.
A woman covering her face with her hands | Source: Pexels
Amelia, visibly uncomfortable, shifted from foot to foot.
“William, I…” she began, her voice trailing off when she saw the apron hanging from a hook across the room.
I stood in silence as she tried to apologize, but her words seemed hollow.
A woman holding her face | Source: Pexels
“Look,” I said. “Maybe I forced it onto you, and I’m sorry about that, Amelia. But at the same time, I just thought that it would have been something to pass on to you. Not to mention that it was comforting for Harry and me to see.”
She nodded, nervously looking at the door. She was probably wondering if I had told Harry about the incident. I hadn’t. I didn’t want to create any unpleasantness between them.
A couple sitting uncomfortably | Source: Pexels
But I still felt like a rift had been caused between us. As we continued to live under the same roof, I kept to myself as much as possible. I wasn’t angry with Amelia. I was hurt.
I was hurt on behalf of myself, of Ellen, and even Harry, who didn’t know any better.
I knew that I would get over it eventually, but for now, I just needed to let myself grieve my wife, and keep her memory strong.
A smiling old couple | Source: Pexels
What would you have done?
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